La contaminación por chicle es un problema global ignorado. Este es uno de los productos más consumidos a nivel mundial, pero también uno de los más contaminantes. Aunque su pequeño tamaño lo hace parecer inofensivo, el impacto ambiental de los residuos de chicle es enorme, afectando calles, espacios naturales y contribuyendo indirectamente al cambio climático.
Consumo masivo y sus efectos del chicle:
Cada año, se consumen aproximadamente 374 mil toneladas de chicle en el mundo. Una gran parte de estos terminan pegados en calles, parques y edificios. A diferencia de otros residuos, el chicle no se biodegrada fácilmente. Ello, debido a su composición basada en polímeros sintéticos derivados del petróleo, similares a los plásticos.
Esto significa que un chicle puede tardar décadas en descomponerse completamente. Además de ello, eliminación de chicles pegados en el pavimento es costosa y difícil. Se requieren productos químicos y maquinaria especializada para removerlos, lo que implica un gasto significativo de dinero y recursos.
En ciudades como Londres, se estima que se gastan millones de dólares anualmente en la limpieza de chicles desechados en las calles.

¿Tiene la contaminación por chicle un impacto ambiental?
El proceso de fabricación del chicle también contribuye a la contaminación. La producción de los polímeros plásticos utilizados en su base requiere la extracción y procesamiento de petróleo, lo que genera emisiones de gases de efecto invernadero.
Además, la fabricación de chicles implica el uso de colorantes, saborizantes y otros aditivos químicos que pueden tener efectos negativos en el medio ambiente. Y es que cuando los chicles se desechan inadecuadamente, pueden terminar en cuerpos de agua, afectando la vida marina.
Al estar compuestos de materiales no biodegradables, se fragmentan en microplásticos, los cuales se ingieren por peces y otras especies, afectando la cadena alimenticia y llegando incluso a los seres humanos.
Jorge Zegarra Reategui denuncia urgencia de cuidado ambiental
Un protector ambiental, Jorge Zegarra Reategui denuncia que el vínculo entre la contaminación por chicle y el cambio climático radica en la producción y eliminación del producto.
Primero, porque la fabricación de chicles a gran escala genera una huella de carbono considerable, desde la extracción del petróleo hasta la distribución de los productos. Considerando, además, que este dulce tan popular no es biodegradable, contribuye a la acumulación de plásticos en el medio ambiente.
Para reducir el impacto ambiental del chicle, es fundamental promover alternativas biodegradables elaboradas con base de goma natural. Esto permite que se descompongan sin dejar residuos plásticos.
Aunque parece un residuo insignificante, su impacto ambiental es grave y duradero. «Proteger el medio ambiente es responsabilidad de todos, y pequeñas acciones, como desechar correctamente los residuos y optar por productos menos contaminantes, puede hacer frente al cambio climático» afirma Jorge Zegarra Reategui.
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